Nunca antes había hecho público un relato mio. Aquí va el primero. Lo escribí para un taller de literatura en el Centro de Cultura de Rivas VaciaMadrid al que asistí en el año 2000. Yo era más joven y el curso era los sábados por la mañana, creo que ahora lo aprovecharía mas que entonces. El profesor me pidió que cambiara el final, y lo hice, pero creo que no supe cerrar la historia debidamente.
"Jamas he estado en Mexico"
EVV, Madrid 2000
Jamás he estado en México. Nunca hasta el día en que me muera y sin embargo será clave en mi agonía.
•••
Como llegué a saber de mi destino es demasiado complicado de contar pero se que se remonta unos quinientos años, cuando un joven indígena atravesó el océano Atlántico hasta el cabo Finisterre y se abrieron a sus ojos nuevas sensaciones que quedaron marcadas en su alma y en su piel. Llegó a un nuevo mundo, el Viejo, pero nuevo para él. Aquel muchacho esparció su nombre y sus raíces, hasta que sus rasgos desaparecieron y los hijos de sus hijos ya no supieron de él.
Mucho tiempo antes de aquel muchacho y antes incluso de ser cruzado ese océano, nació en México un niño marcado por los dioses de las luces y las sombras. Un niño cuya fortuna dependía de si mismo y de él mismo dependían los demás. No se si fue al nacer, antes o después, ni el nombre del sacerdote que se lo llevó, ni por orden de que dios ocurriría, cuando a aquel niño le fue encomendado cuidar de su pueblo y su cultura. Le arrancaron de su madre casi sin cortar el lazo que les unía y de las manos ensangrentadas de quien le ayudó a salir del mundo pasó a ensangrentar sus manos con la espada, a corvar la espalda ante los dioses y a cultivar su mente con historias y leyendas. Los años pasaban y el vaticinio parecía tan lejano que de no ser por su mentor se hubiera olvidado de él. En este tiempo le habían preparado para todo, para una guerra o una epidemia, todo creía saberlo, creía poder detenerlo. Menos aquello: una luz nunca antes vista, un estruendo jamás escuchado, un aullido de dolor que fluía de las entrañas de la tierra y de las almas, y el silencio. La muerte. El olvido.
En un descuido se había olvidado de mi. Su pueblo había caído y yo con él: la primera mujer que, nieta de los nietos de sus nietos, llevase su apellido y, siendo hija única, cumpliese veintiuno. En su final no era él quien moría si no yo, su descendiente, marcada desde siempre en mi ignorancia por una profecía que finalmente habría de cumplirse. Ese fue el precio por no realizar su cometido.
•••
Algún día no lloraré mas, pero viajaré de México a Estambul en un solo día.
No comments:
Post a Comment